Como ha dicho Rosario Pérez Cabaña, La Temperatura, de Miguel Guerrero, es un libro lleno de sorpresas. Algunas de ellas: a) una historia con ecos distópicos de desesperanza local, rural, en la que reconocemos lo apocalíptico y lo arcádico con idénticos niveles de belleza; b) el desenlace no solo de la trama sino también del discurso escrito; c) el ritmo vertiginoso de la trama en cada parte, dejando suspendidas, con enorme osadía, historias cuyo cierre se queda en manos de la sugerencia, en el olvido, ese ámbito pleno y confuso; d) el paseo a través de referentes literarios los guiños, las influencias, todas perfectamente destiladas. Algo de La Sequía, de James Graham Ballard, podremos reconocer seguramente al fondo.
La Tierra, en La Temperatura, ha sufrido una lenta pero inexorable subida de las temperaturas. El bienestar de las cosas, los animales y las personas se ha visto seriamente afectado. La vida, como hasta entonces se ha entendido, ya no puede desarrollarse en unos parámetros adecuados para su subsistencia. La comarca ha ido despoblándose, se está convirtiendo en un erial de muerte y desolación... Mucho antes, el bisabuelo del narrador se imaginó un planeta incandescente. Había leído y estudiado a los xánticos, una secta o asociación oculta adoradora del Sol cuya aspiración última era hacer de la Tierra un nuevo Sol. A los datos que encontró sobre esta extraña secta añadió otros producto de su propia investigación. Con todo ello compuso un extenso volumen de modo que pudiera usarse para la constitución de un mundo creíble, verosímil, que avanza hacia su objetivo final: un mundo de fuego.
Mientras tanto, en Zywiecz, un pueblo encaramado a la ladera de un monte, el Señor, atrincherado en su residencia, da instrucciones durante horas a su mayordomo, de cómo tiene que entregar una carta a un Conde antiguo amigo suyo, de cómo su vida está en peligro si no consigue, como si de un videojuego medieval se tratara, superar los aparentemente insuperables obstáculos hasta consumar la entrega. Al mismo tiempo, el propio Conde, el destinatario de la carta, es extremadamente delicado en lo que se refiere al protocolo: un detalle insignificante en la correcta entrega de la misiva podría resultar igualmente fatal...
Miguel Guerrero es autor, además de estas dos novelas cortas que se publican juntas por primera vez, del libro de relatos Arquitectura del dolor (1989), escritos a la manera bernhardiana; Pequeños detalles sin importancia (2001), otra novela corta cuyo personaje principal puede recordar o ser Walser; Pruebas de lo equivocados que estamos siempre (2014), relatos que pertenecen a lo extraño, cuya extensión y densidad van de menos a más. Su última publicación es la novela Pájaro fúnebre (2018), un entretenimiento tragicómico que sucede en la ciudad distópica Nada 11300.
Miguel Guerrero es una singularidad en nuestra literatura contemporánea. En toda su obra, pero especialmente en La Temperatura y en Ziwyecz, demuestra una capacidad imaginativa fuera de lo común y unos modos narrativos que hacen palidecer a cualquiera de los que más nos publicitan. Para este autor, la escritura no tiene ningún sentido si no se toman todos los riesgos posibles y no zarandea nuestras estructuras lógicas. No deberíamos dejar de comprobarlo. No deberíamos dejar de disfrutarlo.
FICHA TÉCNICA
Año de edición: 2019
Formato: 140x215
PVP 15,90
ISBN 978-84-949448-2-6
Valoraciones
No hay valoraciones aún.